FLORIDOR CARDENAS Y LA CREACION LITERARIA
FOTO: Izq.; Don Floridor Cárdenas, al Centro el escritor don Edsio Alvarado (Tomado de MEMORIA CHILENA)
En 1993, junto con don Milton Vivar -amigo, en quién yo tanto quiero- tuvimos una conversación Die Profundis con el ilustre ciudadano de Calbuco Don Floridor Cárdenas.
Le comentaba entonces que en la casa de mis niñeces, en la calle Baquedano, su nombre, junto a otros nombres como don Pancho Sepúlveda, Aniceto Rodriguez, Salvador Allende, nos acompañaban en la conversación cotidiana, donde al calor del pan amasado solidario recién sacado del horno se hablaba de sindicatos, de las estampillas de las libretas del Seguro Social, de la CUTCH.
La tía Olfa Soto Mansilla, contumaz luchadora social, militante del antiguo Partido Socialista: orgullosa allendista, como el que escribe, tenía en don Floridor un referente, un compañero de ruta y un amigo. En más de alguna ocasión acompañé a la tia Olfa a conversar con don Floridor en su despacho de la Inspección Departamental de Educación, detrás del alto mesón de esa repartición.
Entrevistamos a don Floridor, porque su nombre está asociado indisolublemente con Calbuco. Pocos hombres de nuestro pueblo -tal vez contados con los dedos de las manos- como él han hecho “tanto con tan poco”. Este notable y polifacético hombre público, ejemplar funcionario del Estado, activo dirigente político, gremial, deportivo y artístico; abrazó el periodismo siendo corresponsal de diferentes medios.
A través de sus crónicas emerge la historia cotidiana de Calbuco, en la que el fué vívido protagonista. No sólo fué cronista, historiador, también de inclinó por la creación literaria. Esa es la faceta que queremos destacar en este artículo, ademas de rescatar algunas de las buenas acciones en las que tuvo directa participación.
Don Floridor nació en Calbuco el 25 de junio de 1916. Su infancia giró en el hogar de sus familiares. Realiza estudios de enseñanza primaria en la Escuela Superior de Hombres Nº 1 de Calbuco; la antigua y bien amada “Escuela Balmaceda.”
En los últimos días del verano de 1926 -maleta en mano- desembarca del Orán, en Puerto Montt. Vientos de Travesía, calles mojadas, carruajes de sangre, casas señoriales de madera tenía el Puerto Montt de entonces cuando arriba el niño Floridor para estudiar en el Liceo de esa ciudad. Egresa en 1933. Retorna a Calbuco viviendo alreddedor de sus familiares.
En 1935 ingresa como oficial administrativo en el diario “El Correo del Sur” de Puerto Montt, periodico que siempre estaba en pugna con “El Llanquihue”, diario regional que a lo largo de su existencia se caracteriza por ser de anquilosada tendencia conservadora.
Instalado en el Correo, al poco tiempo estaba corrigiendo pruebas, redactando artículos y realizando crónicas. En 1936, El Correo del Sur, con un tiraje muy mermado, cerró sus páginas y Don Floridor regresó a Calbuco “para nunca más salir de él...”
De su trabajo en el diario, heredó una noble y notable afición por el periodismo. Aunque permaneció viviendo “arraigado en los mas profundo” de su tierra, no dejó un solo día de representarla al exterior de la isla a través del Periodismo. En su función reporteril fué por más de cuarenta años corresponsal del diario El Llanquihue. También de las emisoras V. P. Rosales y radio Reloncaví (ex-radio Llanquihue). Colaborador de los diarios regionales La Prensa de Osorno y La Cruz del Sur de Ancud.
De su vasta participación ciudadana, rescatamos algunas de las más relevantes, que como jerarquías angélicas hemos resumido en nueve categorías:
a) Don Floridor Cárdenas y el deporte
Comenzó sus actividades deportivas como dirigente del Club Deportivo José Miguel Carrera, llegando a ser su presidente durante más de 8 años desde 1952 a 1960. También se destacó como presidente de la Asociación de Futbol de Calbuco por 3 períodos. Desde este puesto promovió reformas en la organización de los clubes para imprimirles una cuota de seriedad y responsabilidad, sacar de la cabeza del aficionado la idea de “pichanga” de fin de semana.
Como una forma de integrar la sociedad al deporte, se organizaron olimpíadas deportivas con la participación de centenares de niños de las escuelas rurales. Se hicieron veladas en el Estadio Fiscal, en tiempos que en Calbuco no existía el alumbrado eléctrico. Los espectáculos nocturnos en este lugar no estuvieron exentos de magia y colorido.
En la primavera de 1951, la Asociación organizó un gran Campeonato Deportivo Interescolar con la participación activa de 400 jóvenes de las escuelas rurales del departamento, la actuación de la Banda del Regimiento Sangra de Puerto Montt y un gran programa de fuegos artificiales que contó con la asistencia de las autoridades provinciales al evento. El deporte constituía un gran espacio de sociabilidad e integración para todos los isleños calbucanos.
b) Don Floridor Cardenas y la creación y difusión artística
No menor fué su participación en la gestión de importante hitos culturales de la comuna. Ya a mediados de la dácada de 1930 junto a un grupo de estudiantes y ex-estudiantes funda el Centro Cultural Alejandro Flores.
El centro organizaba bailes, veladas artísticas, para solaz del pueblo, en el Salón de Actos del local del Cuerpo de Bomberos. Entre los artistas locales estaban Roberto Bustamante (a) Cachivache, Ernesto Olavarría (a) Mostacho, Ulises Bustamante y su hermano Lamberto quién era el escenógrafo. Duante años el Centro Cultural junto con el cura de la Parroquia y el Cuerpo de Bomberos, organizaron las Fiestas de la Primavera, gran evento de la socialité calbucana de la época
Algunas obras relevantes que dejaron para la posteridad fueron el levantamiento del obelisco al Presidente Balmaceda al costado de la Plaza de Armas y la construcción de veredas de hormigón frente al Cuartel de Bomberos, toda una novedad en la época.
También fué fundador del Ateneo Federico García Lorca, producto del impacto que produjo la muerte del poeta granadino a manos de los esbirros facistas durante la Guerra Civil Española. El Ateneo tuvo corta vida porque los asistentes estaban mas interesados en el yantar que en los poemas del cante jondo.
Integró una banda musical llamada JEBAM, donde también tocaba don Eduardo Mayorga. Los integrantes interpretaban guitarra, banjo, mandolina, batería, incluso el correspondiente piano.
c) Don Floridor Cardenas y la gestión cultural
A través de sus crónicas, comenzadas a escribir a los 16 años, apoyó siempre toda actividad cultural
que se realizara en Calbuco. Entusiasta colaborador del Grupo Folclórico “Caicavilú” -joya de la cultura calbucana- puso a disposición del grupo una de sus mejores ideas: la creación e impulsión de la fiesta costumbrista “La Noche de San Juan en Calbuco”, festival gastronómico que se ha difundido por todo Chile, desde San Fernando hasta Punta Arenas, con matices locales del lugar de la celebración, pero cuyo incuestionable creador y promotor fué don Floridor Cárdenas y el Grupo Folclórico Caicavilú de Calbuco.
Producto de esta promoción del turismo gastronómico, el grupo Caicavilu fue galardonado por el Servicio Nacional de Turismo. Este festival de invierno sigue realizándose hasta hoy en Calbuco y pasó a integrase en el colectivo como uno de los pilares identitarios de nuestra cultura chilote junto con la Fiesta de los Indios Reyunos, las Luminarias de San Miguel de Calbuco, el Curanto Gigante y la Conmemoración del Combate de Abtao, entre otros.
d) Don Floridor Cardenas y la cuestión social.
Otra importante faceta de su singular personalidad fué su sensibilidad social para comprender y comprometerse con los trabajadores de Calbuco y el campo. Cárdenas comprendió muy temprano las palabras del Papa León XIII: “El trabajo humano es la clave de toda la cuestión social”.
Calbuco era en el siglo XX un gran centro industrial, con 12 fábricas de conservas y una gran masa de trabajadores temporeros y uno que otro de planta, por conocer algún oficio. El mismo nos narra: “El trabajador de la fábrica de conservas vivía en condiciones muy miserables...”y así “...tuve la osadía de formar el Primer Sindicato de Obreros de Fábricas de Conservas”. Con la venia de su jefe, que facilitó el local de la Escuela Balmaceda, para que cientos de trabajadores se reunieran en ese lugar y Floridor Cárdenas les diera a conocer sus derechos. Frisaba don Floridor por esa época los 25 años.
Calbuco vivió una jornada verdaderamente revolucionaria, situación que fué muy resistida por la patronal, quienes no querían que los trabajadores se organizaran y fueran representados por interlocutores válidos. Pero se formó el Primer Sindicato. Se buscaron mil formas para destruir la organización, pero la lucha constante para crear conciencia que el trabajador unido debe defender su derechos a mejor vida para sí y esta idea se entronizó en el trabajador. A la vuelta de dos años renació el Sindicato con renovados dirigentes y constituído en forma legal.
Don Floridor nos recuerda que: “ En esta casa se reunían los trabajadores -la directiva de los trabajadores- alrededor de esta mesa. Les enseñábamos a los muchachos a llevar un Libro de Actas, de secretaria, de tesorería, redactar estatutos y reglamentos del Sindicato. Mucha veces llegaban los dirigentes en época de invierno, lloviendo con furia y mi esposa les servía un cafesito. ¡Cuantos recuerdos hay alrededor de eso!".
También contribuyó a formar el Sindicato de Trabajadores de Mar y Playa, el Primer Sindicato de la Construcción en Calbuco, con motivo de la construcción del Grupo Escolar, hoy escuela “Eulogio Goycolea”; el Sindicato Industrial de la Fábrica La Vega, el cual según la legislación de la época tenían participación en las utilidades de la empresa.
También participó activamente en la formación de Cooperativas de Pequeños Agricultores y Cooperativas de Campesinos, con escasos resultados, por falta de experiencia en gestión de los campesinos isleños.
e) Don Floridor Cardenas y la politica.
Don Floridor era uno de esos hombres que creía que el hombre no siempre es el lobo del hombre, que no creía que el destino del hombre sea sólo satisfacer su apetito, con mayor o menor voracidad, un depredador con leyes a su amaño para apropiarse del trabajo de los otros, como plantea el sistema capitalista. Era un hombre con ideales, un intuitivo humanista que aspiraba por días mejores en la inmensa humanidad. En 1936 junto a un grupo de trabajadores y vecinos fundó la filial del Partido Socialista en Calbuco. Durante décadas fué uno de sus principales dirigentes. En 1956 el Partido de Allende, lo llevó a la administración del poder local como regidor, cargo que ocupó hasta 1960.
Por esta condición de hombre político, en su hogar recibió a muchos líderes del pueblo. En la misma mesa donde se sentaban los obreros del sindicato, estuvo honrándola también el compañero Presidente don Salvador Allende. Estuvo allí tres veces: cuando era senador y como candidato a presidente. También altos dirigentes como don Volodia Teitelboim, doña Carmen Lazo, don Aniceto Rodriguez, el Intendente de Llanquihue don Francisco Sepulveda
f) Don Floridor Cárdenas y el progreso ciudadano.
Tal vez una de las acciones más señeras que recordaba don Floridor fué su lucha por el progreso material de Calbuco, y entre ellas hay una cargada con especial simbolismo: la lucha por la electrificación de Calbuco a través de la conexión a la red estatal productora de energía de la central hidroeléctrica Pilmaiquén.
Despues del gran incendio de 1943, el pueblo había caído en una apatía desesperante. La recuperación del pueblo no se veía llegar por parte alguna. Pero poco a poco comenzó a surgir un lento espíritu de renacimiento en algunos sectores, especialmente la gente joven.
Como una forma de cambiar la mentalidad del pueblo, fué surgiendo como bandera de lucha el proyecto de luz eléctrica para todo Calbuco. Surgió entonces la consiga “De Calbuco a Caicaén, sólo luz de Pilmaiquén”.
Nos contaba don Floridor que “esa consigna fué todo un símbolo y fué una demostración queluchando, Calbuco podía conseguir muchas cosas. Unido el pueblo y con objetivos bien claros, podía llegar también a metas muy definidas. Eso fué lo que se descubrió en esa oportunidad; y ocurrió en un momento de baja en el espíritu del hombre calbucano, quién consideraba que no surgía mas... ; pero el despertar del año 1952, el gran comicio que se realizó el 16 de agosto de 1952, donde -imagínese- de 2500 habitantes que tendría Calbuco entonces, salieron 2000 personas en la noche y llevando sus pancartas, sus antorchas, gritaron sus consignas por las calles oscurecidas del pueblo bajo la lluvia. Allí se creó un gran espíritu de lucha”.
Esa misma noche del “GRITO DE CALBUCO”, se creó un Comando de Defensa de Calbuco, siendo elegido Presidente don Floridor. Otros dirigentes de esa época fueron el escritor don Edesio Alvarado, don Sergio Oyarzo, don Gastón Gómez, don Juvenal Guerrero.
Fueron enviados por el pueblo a Santiago don Floridor, el señor Alcalde don Rodolfo Nieman y el regidor don Sergio Oyarzo para gestionar los recursos que hicieran progresar al pueblo. El escritor don Edesio Alvarado fué la llave de Santiago. Gracias a las gestiones que hizo en la ciudad de los espejismos; este grupo de vecinos calbucanos pudo llegar a entrevistarse con el Presidente de la República Gabriel González y el candidato a sucederlo Carlos Ibañez del Campo.
Rememoraba don Floridor que gracias a la gestión del escritor don Edesio Alvarado, figura nacional de la literatura, se abrieron muchas puertas de oficinas y reparticiones . La delegación se entrevistó con ministros, diputados, senadores, etc. “Edesio tenia una gran habilidad para hacer y crear cosas” y en ese viaje a Santiago se consiguieron muchas cosas, entre otras lograron los recursos para la instalación del alumbrado eléctrico; y agregaba don Floridor: “pareció que a partir de ese viaje todo lo demás fué más fácil: liceo, oficinas fiscales, pedraplén, hospital nuevo, agua potable, teléfonos, etc.
g) Don Floridor Cardenas y la Educación
A comienzos de la década del 50, en pleno siglo XX, los jóvenes calbucanos que terminaban sus estudios primarios no tenían otra alternativa para continuar estudios que emigrar a las ciudades que tenían liceos, escuelas industriales, escuelas normales, institutos alemanes, etc.
Los hijos de la oligarquía local no tenían problemas para pagar viajes, alimentación, alojamiento, vituallas, en estas ciudades; pero un gran contingente de muchachos y muchachas quedaba sin formación para el trabajo por razones económicas, o porque no alcanzaban niveles de excelencia que les permitieran acceder a las escuelas normales o industriales que entregaban educación e internado gratis mantenidos por el Estado chileno.
Un grupo de profesores y funcionarios de la Inspección Departamental de Educación, organizaron un Consejo Administativo y crearon el Primer Liceo Particular de Calbuco. El director de este establecimineto de enseñanza secundaria y uno de los fundadores fué don René Salvo Sanhueza. Don Floridor también integrante del Consejo fué el primer Inspector de este establecimiento educacional de carácter vespertino para jóvenes y adultos que funcionaba en el local de la Escuela Nº 1 de Calbuco. Este primer intento de fundar la enseñanza secundaria en Calbuco es el origen del actual Liceo Holanda.
El 11 de agosto de 1998, el Liceo Politécnico de Calbuco bautizó la biblioteca de ese liceo con el nombre de “Floridor Cárdenas Cárdenas”, haciéndole un justo homenaje al singular hombre público.
h) Don Floridor Cárdenas y la Historia Local
Don Floridor es el gran cronista del Calbuco de la segunda mitad del siglo XX. Desde su privilegiado puesto de corresponsal periodístico, vivió y escribió la nota relevante de cada acontecimiento isleño. En la prensa regional está improntada la huella de su labor, que más allá de la noticia del día a día, le hizo escarbar en los acaecimientos de las personas e instituciones calbucanas.
No obstante eso, al final de sus días, en reunión con don Esteban Barruel, durante muchas tardes de muchos meses lograron dar a luz un largo recuento de la historia calbucana del siglo XX. El texto de Barruel y don Floridor “Historia Cotidiana y Contemporánea del Pueblo de Calbuco en el Siglo XX”, un libro de alrededor de 350 páginas es el principal texto de la historia de este período. Fué lanzado con motivo de los festejos del IV Centenario de la fundación del Fuerte San Miguel de Calbuco y es la obra póstuma de Don Floridor. En ella se recrean sus valiosos testimonios del siglo que vivió.
i) Don Floridor Cárdenas y la Creación Literaria.
Hombre de pluma fácil, también incursionó en la literatura, aunque gran parte de su obra se ha perdido. Recordemos que preparaba y adaptaba piezas para teatro, piezas de oratoria, amén de escritos periodísticos.
Se inició en la narración a los 16 años publicando en un diario portomontino la chanza de un imaginario encuentro deportivo, donde participaban personajes calbucanos, todos identificados con sus apodos, lo que causó revuelo entre los isleños.
Hace años nos entregó un relato mecanografiado de su autoría titulado “ La Apasionante Vida de las Hermanas Alarcón”, relato costumbrista que transcurre en Calbuco y que nos habla de identidades tan cercanas a nosotros, que los calbucanos nos reconocemos en ella. Lo publicamos a continuación de este recuento.
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Don Floridor Cárdenas partió a redactar crónicas a lugares mas excelsos el 07 de septiembre de 2001. Nos cuenta el profesor y folclorista calbucano don Milton Vargas que el día de sus funerales sólo un reducido número de personas lo acompañó en su última crónica. Esa mañana los cielos de Calbuco lloraron como nunca, el carro con los restos de don Floridor se atascó, producto de la fuerte lluvia. La eterna lluvia de los archipiélagos, también hacía compañía a este ilustre calbucano del siglo XX. “Viva moneda de oro, que no se volverá a repetir”.
Autor: JOSE D. MANSILLA ALMONACID
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LA APASIONANTE VIDA DE LAS HERMANAS ALARCON
FLORIDOR CARDENAS CARDENAS
Aquella noche de San Juan, un fuerte y helado viento norte se filtraba por todos los resquicios de la vieja morada de las hermanas Alarcón, situada en calle Antonio Varas, construida sobre una especie de malecón de tierra y madera. Un frondoso manzano plantado al límite de la propiedad, que llegaba con su ramazón casi al medio de la calle, gemía doliente ante las arremetidas del temporal. Al frente, un edificio de tres pisos, situábase el Hotel Francke, lugar de reuniones de los notables de Calbuco y concurrido establecimiento turístico en época de verano.
En casa de las señoritas Alarcón el invierno era más duro. Un brasero con carbón vegetal y dos velas encendidas en la sala principal era toda la lumbre hogareña que esa noche entibiaba el ambiente, compuesto por dos dormitorios, una salita de estar, un pasillo central y lo que llamaban un pequeño “despacho” con mostrador y alguna estantería. El viento, que hacía trepidar las deterioradas ventanas de la vieja casa, traía el eco de una guitarra y alegres canciones, señal que en alguna casa cercana se celebraba el tradicional “reitimiento” de chancho. Al fondo y con acceso a calle Eulogio Goycolea se ubicaba el Hotel Olavarría, desde donde se oían claramente los acordes de un piano. Las calles desiertas y silenciosas solo el ruido cantarino del agua que abundantemente corría por las acequias y arroyuelos tan característicos del viejo Calbuco.
MITO Y ESPERANZAS
Pero el mutismo que dominaba la casa de las Alarcón aquella noche de San Juan tenía algo de siniestro, misterioso, a la espera de un gran acontecimiento, acaso sobrenatural. Sólo los pasos tardos del viejo Bartolo Huenante que trajinaba en una mediagua adyacente, interrumpían periódicamente este comprometedor silencio. Bartolo premunido de un chuzo y una pala esperaba que el reloj de la Iglesia diera las doce campanadas marcando la medianoche.
Bartolo era un viejo servidor de las Alarcón. Oriundo de la localidad de San Antonio, conoció a Olinda cuando ésta hacía de profesora en la Escuela del lugar. En su juventud viajó por diversos mares del mundo, marinero de los buques veleros de la Firma Oelckers, conoció otras tierras y supo de alegrías, penas y amores. Ancló finalmente en su tierra natal y allí conoció a Olinda, la joven maestra. Un amor, cercano a la veneración, surgió en el corazón del experimentado marinero, pero Olinda jamás supo de esta inconfesable pasión, siempre encontró en él solo un amigo, un buen hombre, un fiel servidor. Cuando ella hizo dejación de su cargo de profesora rural para acogerse a la jubilación, se vino a vivir a Calbuco junto a sus tres hermanas solteras y con ella se vino también Bartolo Huenante para seguir sirviendo a las Alarcón como lo habia hecho tantos años para Olinda, con tanta abnegación y respeto. Era el hombre de confianza, fiel y honrado.
Las hermanas Alarcón tenían un pequeño despacho donde se vendía el pan de la mañana sabroso y fragante, riquísimos alfajores, los sabrosos y blancos merengues que se deshacían en la boca de los niños, los mantecados, la chancaca de leche, los singulares “cachos”, una mezla de miel quemada envuelta en un cucurucho de papel que los escolares gustaban con deleite. En esta industria pastelera artesanal, Bartolo desempeñaba un papel importante, era quien a primeras hors de la madrugada, encendía el horno de cancagua para cocer el pan matinal y las esquiciteces que las Alarcón sabían hacer con maestrían inigualable en Calbuco, manjares que grandes y chicos gustaban con ansias. Esta pequeña industria era la principal fuente de recursos en este modesto hogar, que se complementaba con la escasa pensión de la maestra jubilada. Honoria, la mayor de las hermanas, una voluminosa mujer, oficiaba de dueña de casa, la jefe del hogar. Además de nuestra ya conocida Olinda, seguían en orden cronológico Gertrudis y Prudencia.
Pero aquella noche de San Juan marcaría un hito importante y decisivo en la vida de las señoritas Alarcón. El fiel Bartolo sabía exactamente donde estaba el “entierro”. El año pasado lo vió arder junto a una roca, muy cerca de la mediagua donde se faenaba el pan. Sentía la seguridad que este año, esta noche, ardería de nuevo en cuanto el reloj marcara las doce campanadas.
La medianoche llegó al fin. El lejano aullido de un perro puso la nota siniestra del momento. Un gato negro, más negro que la noche misma, se cruzó entre las piernas de Bartolo, que premunido de la pala y el chuzo se aprestaba a extraer de la tierra profunda el tesoro escondido y bien guardado quizás por cuantos años. Un silencio profundo reinaba en el interior de la casa, parecía que una sola palabra que saliera de los labios de las cuatro hermanas agazapadas y anhelantes, rompería el hechizo, el sortilegio esperanzador. Sólo el ruido de las herramientas que horadaban la tierra en busca del tesoro rompía aquel ambiente de pesado silencio y de incertidumbre.
¿Qué pasó en aquella noche de San Juan?. Solamente Bartolo Huenante y las cuatro hermanas Alarcón saben lo ocurrido en esa madrugada del 24 de junio. Una mutua complicidad de un secreto que se gurdaría herméticamente entre las cuatro paredes de este hogar.
EFIMERA PROSPERIDAD
A fines del mismo año de ocurridos los hechos relatados, Calbuco fué sorprendido con la noticia de que las hermanas Alarcón habían adquirido un amplio terreno ubicado en calle Ernesto Riquelme, muy central, donde se iniciaba la construcción de una residencia de dos pisos y que de acuerdo con la planificación, contaría con todas las comodidades y confort que una moderna vivienda requiere. A los pocos meses y en forma muy acelerada se levantaba airoso y desafienate a las habladurías pueblerinas un hermoso edificio de la mejor madera de la zona, forrado totalmente en zinc, amplios ventanales, escaleras de acceso de concreto. En su interior grandes salones, comedores, brillantes y bien torneadas escaleras, dormitorios y salas de recibo, todo a gran lujo. En la parte interior de la propiedad se instalaron las dependencias destinadas a la industria pastelera, y a un costado de la vivienda la morada destinada a Bartolo, el fiel asesor.
Cuando las hermanas Alarcón tomaron posesión de su flamante nueva residencia, abrieron de par en par sus salones a la sociedad calbucana que ávida de conocer esta brusca transformación y absorta ante lo inexplicable, se apresuraba a asistir a las reuniones, para lograr descubrir la varita mágica que operó este cambio tan profundo.
Lo mejor de la sociedad de Calbuco comenzó a concurrir a las ostentosas tertulias que periódiamente ofrecían las señoritas Alarcón. Una gran vitrola ortofónica, lo último en plaza, alegraba las reuniones de estas “nuevas ricas”, donde se servían los mas esquisitos manjares. No podía faltar el piano, signo de grandeza de las familias de la época, un hermoso instrumento de fabricación alemana, adornaba el salón principal tapizado de alfombras persas y gobelinos importados. Lámparas de lágrimas, grandes espejos y hermosas plantas interiores daban la nota romántica a la mansión.
EL OCASO DE LAS ALARCON
Una mañana la noticia circuló como reguero de pólvora en el pueblo. La mayor de las hermanas, Honoria, había fallecido inesperadamente. Fué encontrada muerta en su amplio lecho, el corazón no pudo resitir más aquel voluminoso cuerpo, dejó de latir apretado por la grasa circundante. El pesado cuerpo de Honoria fué ricamente vestido y expuesto a la curiosidad del público, mientras desde Puerto Montt se traía una costosa urna. El velatorio duró dos días con sus respectivas noches. Centenares de personas pasaron junto al féretro.
Si las fiestas de las Alarcón eran memorables, el velatorio y sepultación de doña Honoria fueron extraordinarios. A medianoche se servía un exquisito café con toda clase de pasteles. A eso de las tres de la madrugada, nuevamente café con un sabroso bistec con huevos. Aproximadamente a las siete de la mañana, para aquellos que habían amanecido en el velatorio, una cazuela de ave, un tanto cargada al ají para reconfortar el cuerpo. Mientras tanto durante la noche circulaban abundantemente los más variados licores y se ofrecía toda clase de finos cigarrillos.
El funeral de doña Honoria, fue una gran manifestación de pesar. La misa de difuntos, un despiegue de boato religioso. La banda del Club “21 de Mayo” acompañó los restos de esta distinguida dama al cementerio.
Habían transcurridos apenas tres meses, la calma había vuelto a la residencia de las señoritas Alarcón, cuando una nueva tragedia remeció el ambiente calbucano. Corrió la noticia que Olinda, la maestra jubilada, mientras cocinaba en su hogar, fué víctima de un ataque cardíaco, falleciendo instantáneamente. De nuevo el velatorio y su magnificiencia, la pompa de los funerales y el sentimiento colectivo de la comunidad ante la muerte repentina de la maestra emérita.
Entre tanto, ¿qué ocurría con Bartolo Huenante?. El viejo y fiel servidor de las hermanas Alarcón decidió refugiarse en su tierra natal, en su miseria campesina de la localidad de San Antonio. Muerta Olinda, ya nada lo ligaba a este hogar que tan apresuradamente se derrumbaba. Ruminado su fatal destino, con la espalda encorvada por los años, seguía siendo despositario del mayor de los secretos de su miserable existencia. Nadie reparaba en el pobre Bartolo.
El colapso del hogar de las hermanas Alarcón era inminente y acelerado. ¿Qué paso con el resto de la fortuna estraída de la tierra aquella noche de San Juan?. Honoria y Olinda, fallecidas repentinamente, se llevaron a la tumba la respuesta a esta interrogante.
En el curso de los cinco meses siguientes, vale decir antes de un año del deceso de Honoria, fallecen por causas diversas las hermanas Gertrudis y Prudencia. En cada caso, la noticia no tuvo a espectacularidad de las dos primeras. Los velatorios cayeron en modestia pueblerina. Los funerales ya no tuvieron la relevancia anterior, la banda instrumental del “Club 21 de Mayo” ya no acompañó los restos, sólo sencillas ceremonias y escaso público fue la característica en cada ocasión.
TRAGICO EPILOGO
¿Qué jugada del destino vincula los hechos y personajes del relato que antecede con el trágico 31 de enero de 1943, cuando un voraz incendio destruye en pocas horas las tres cuartas partes de Calbuco?
El incendio, curiosamente, se inició en lo que fué la antigua residencia de las señoritas Alarcón, en calle Antonio Varas. Las primeras personas que acudieron al lugar del siniestro aseguran que le fuego comenzó en la vieja mediagua donde las Alarcón faenaban el pan matinal y los apetitosos pasteles. El origen del fuego jamás fué aclarado, hasta hoy sigue siendo un misterio, ya que dicha mediagua no era usada por las personas que allí vivían. En el patio, cerca de una roca, un pozo de aproximadamente dos metros de profundidad, estaba seco, abandonado.
La noche del 31 de enero de 1943, mientras se consumían los escombros y el fuego declinaba, fueron muy pocas las personas que repararon en la presencia de un personaje de raras características que circulaba en las inmediaciones de lo que fue la residencia de las Alarcón. Un hombre, al parecer de edad avanzada, cubierto con una manta de lana, descalzo, premunido de un bastón, removía aún los humeantes escombros, como si quisiera encontrar entre los restos una señal que le hablara de su fatal destino. Alguien asegura que a eso de la medianoche se escuchó una fuerte y nerviosa carcajada, casi un alarido, saliendo desde el lugar donde comenzó el incendio, una risotada profunda, mezcla siniestra de burla y maldición, de diabólica expresión de rabia e impotencia. Este personaje de tan singulares características, ¿era acaso Bartolo Huenante?...
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