EL RETRATO DEL REY*
ABRAHAM DE SILVA Y MOLINA**
BANDERA DE CHILOE
TRADICIÓN
Allá, al extremo del Nuevo Mundo que descubrió Colón, hay una larga y
estrecha faja de tierra que se llama Chile.
Principia en un desierto y termina en un mar sembrado de islas, algunas de
las cuales quizá jamás han sido holladas por la planta del hombre.
El principal de estos archipiélagos, llamado Nueva Galicia por los conquistadores
españoles y Chiloé por los aborigénes del pais, formaba en lo antiguo un
Gobierno que dependía directamente del Virey del Perú.
Sea por este motivo ó por el natural instinto de sus habitantes, al estallar
la guerra de independencia de Chile se mantuvo Chiloé fiel á la causa de la
monarquía española y la defendió con tal abnegación, con tanta constancia y tan
heroico denuedo, que no se registra en la historia americana caso semejante.
En Chiloé organizó el General Pareja la expedición que había de
emprender la reconquista de Chile y terminar con la restauración de la
monarquía.
En Chiloé se refugiaron los últimos restos del Ejército Real destrozado por
los independientes.
Allí se fortificaron y, encerrados en sus castillos, abandonados á sus propios
recursos y sin esperanza de auxilio alguno, resistieron tenazmente durante
dieziseis años los ataques del nuevo Gobierno de Chile.
Para someter aquel rincón de América fueron necesarias tres campañas y
una batalla que duró tres dias, en la cual, según es Fama, hasta las mujeres
combatieron
Barrientos había nacido en Chiloé y no desmentía la raza.
Á pesar de haber vivido en el corazón de Chile desde veinte años atrás, era
un realista furibundo que no podía conformarse con el régimen republicano
impuesto á su patria.
— Preferiría mil veces que perteneciera Chiloé al Diablo antes que á una
república, repetia á menudo.
En vano intentaban hacerle creer que ya ningún pueblo civilizado se gobernaba
por reyes; que éstos no tenían más norma de conducta que su capricho, ni más
oficio que mandar cortar las cabezas de sus vasallos; y que se vestían con
polleras y usaban corona de picos, como los reyes de las barajas.
Todo era inútil; Barrientos quedaba más godo y más realista que nunca.
—Barrientos, le dije una vez: Voy á mostrarle el retrato del Rey de España,
aquel Rey que tanto quiere usted.
—¡Cómo no, señor! contestó al punto.
Era un retrato que representaba á la Reina Regente Doña .María Cristina de
Austria, teniendo abrazado al Rey niño Don Alfonso XIII, que llevaba una
corona de laurel en la mano.
La Reina no era hermosa, pero era Reina; el Rey seducía desde la primera
mirada.
Barrientos los contempló silencioso largo rato y, contra lo que podía esperarse,
una expresión de melancolía se dibujó en su rostro.
—¡Hola! le dije: en lugar de tener gusto de conocer á su Rey, usted parece
más bien sentir pena.
—¡Ah, señor! contestó: es que al ver el retrato del Rey de España, un recuerdo
entristece mi corazón. Intrigado yo con esto, le acosé con mi curiosidad sobre
el recuerdo aquel.
Al principio resistió Barrientos, pero al fin principió á contar:
*
—Como usted sabe, señor, mi padre fué sargento del Ejército Real de Chiloé
y, después de la batalla de Bellavista, antes que pasarse á los republicanos prefirió
arar la tierra y sembrar papas. El pobre viejo trabajaba todo el dia. Nosotros
éramos muy pequeños aún y en nada podiamos ayudarle.
Después que volvíamos de la escuela, al cerrar la noche, nos poníamos
que á jugar en un rincón de la cuadra, mientras mi padre descansaba sentado al
lado del brasero. Mi madre trabajaba en su costura y afuera llovía que era una
maravilla. El agua azotaba las ventanas y la casa toda se estremecía al furor
del temporal.
Entonces mi padre nos decía:
— «Muchachos: voy á mostrarles el retrato del Rey.»
Inmediatamente dejábamos nuestros juegos y corríamos al lado de mi padre,
que con un aspecto solemne se levantaba de su silla, abría una grande y antigua
caja de madera en que guardaba sus mejores cosas y sacaba una cajita que
parecía haber sido el estuche de alguna alhajilla.
Ahí estaba el retrato del Rev.
El famoso retrato no era otro que una moneda de plata de un real, acuñada
en el siglo pasado y con la efigie del Rey Don Carlos III.
Nosotros mirábamos con respeto y curiosidad el busto algo borrado del
monarca, mientras mi padre permanecía como extasiado en la contemplación de la
imagen de su Rey.
Esto duraba un buen rato, hasta que por fín decía mi padre:
—«Bueno, pues: si se portan bien, volveré á mostrarles el retrato del Rey,
y si no, no. . . »
Él pobre viejo volvía á guardar su real de plata v nosotros nos íbamos á
acostar formando el propósito de no hacer más travesuras, para poder contemplar
otra vez el retrato del Rey…
—Este es el motivo, dijo enternecido el fiel Barrientos, porque no puedo
ver el retrato de un Rey de España sin acordarme de aquella expresión de
ternura indecible con que el pobre viejo, mi padre, se recreaba y extasiaba
mirando la efigie de Don Carlos III en su real de plata.
Santiago de Chile, 22 de diciembre, de 1894.
ABRAHAM DE SILVA Y MOLINA
* El Retrato del Rey. Tradiciòn. Abraham de Silva Molina
Santiago de Chile,
Imprenta y Encuadernaciòn Barcelona, Bandera 50, 1894
“Tirada de 50
ejemplares- Ejemplar Nº 7: De Don Marcos Jimenez de la Espada. Madrid.”
** Abraham de Silva
Molina, (1868 - ) Historiador, Genealogista, perteneciò a la Generaciòn del 68, Autor
de la obra inèdita “Historia
de la provincia de Chiloé bajo la dominación española”, fechada en 1899
Tambièn es autor de Oidores
de la Real Audiencia de Santiago de Chile en el Siglo XVIII.