Vistas a la página totales

lunes, mayo 19, 2008

CALBUCO...YUNQUE MARINERO DE LA ACTIVIDAD


CALBUCO, ANTESALA DEL ARCHIPIÉLAGO,
YUNQUE MARINERO DE LA ACTIVIDAD
[1].

Por OSCAR SALINAS

Fotografia: Manuel López



El autor de estas líneas, al hurgar entre sus recuerdos las horas pasadas en este pueblo isleño, no persigue otro objetivo que relatar sus emociones íntimas y, al mismo tiempo, dar a conocer la bellezas de sus vecindades.

Calbuco está situado en la isla que lleva su nombre, a pocas horas de Puerto Montt. El viaje se hacía antes en el yate “Tautil” de los Ferrocarriles del Estado, alcanzando el viajero a conocer la isla y algunos canales del Archipiélago durante el día. Actualmente hay otros vapores, de pequeño calado, que hacen ese recorrido.
Cruzando entre las islas Tautil y Helvecia, lo primero que divisa el viajero es un acantilado parduzco, llamado por los lugareños “La Picuta”. El oleaje nortino del golfo entona en el enrocado una canción extraña, como esas leyendas musicales de Wagner, que llenan los sentidos de bellas fantasías. Es la canción de los marinos del “Caleuche”, es la leyenda de un barco invisible, cuyas cadenas de ancla afinan las voces del mar para gemir una desgracia. “La Picuta” es el fondeadero oficial del “Caleuche”.
El barco ha detenido la velocidad de sus máquinas y avanza lentamente hacia el muelle. Al frente se divisa la isla Helvecia, pletórica de vegetación.
Bordeando la isla de Calbuco, divisa el viajero unas casitas sostenidas por pilotes de madera, entre los que juegan y cantan las mareas. Son pensiones de marineros, barcos anclados que nunca partirán. Allí se deleita el paladar con la ostra barata y sabrosa, con la centolla aristocrática y el erizo incitante, allí llegan los bongos pescadores a vaciar lo mas rico y sabroso en pescado de la región; ellos son “Nauto”, “Viki”, “Baipillán”, “El Griego” y tantos otros... Allí suena la victrola carraspeando una melodía arrabalera grabada a cientos de millas de distancia.
Y luego el muelle. Desde la cubierta del barco la mirada del viajero escudriña una colina caprichosamente edificada, tajeada por calles cortas y desconcertantes. Es un pueblo de película, de oleografía, o un afiche impreso en Suiza o Noruega.
Hemos dicho adiós al barco y el botero lleva nuestro equipaje al hotel.
-¿Al “Olavarría” o al hotel de Carlitos Francke, don?.
Quizás por qué motivo nos parece más chilote el de Olavarría y allá vamos. En realidad estuvimos afortunados en la elección.
Nuestra habitación domina las islas de Guar y Helvecia y una parte del continente, denominada San Agustín; entre el pueblo y las islas surcan el canal las lanchas fleteras y los botes: maderas, papas, alerce, marisco. Fondean en la costa del continente para descargar y hacer provisiones.
La isla Helvecia parece una torta de novios envuelta en celofán verde; en sus playas blanquea la conchuela y en su suelo el roble, el ulmo y el canelo ponen la nota verde que emociona.
En el canal, el mar balancea las lanchas con delicadeza de madre.
Salimos a callejear por el pueblo: tomamos por una calle que nos lleva al hospital de la isla y luego cruzamos por un atajo hacia la parte sur. Aquí el paisaje se prolonga hasta la cordillera austral. Se domina, al fondo, la península de Comau, tierra donde la leyenda dice que está escondida la Ciudad de los Césares.
Comau... Llancahué... Poeguapi... Huehuetumao: nuestro sueño. Partiremos una noche, aprovechando la marea, en el remolcador “Coro-Coro”, de Conrado Ditzel, hacia esos puntos maravillosos e ignorados del turismo oficial. Navegaremos por el estero de Comau, como por un fiordo noruego, admirando el río Velásquez y su cascada en el cerro Marillmó. Pasaremos entre Llancahué y Llanchid, admirando a las chilotas de robustos brazos, dirigir sus bongos cargados de cholguas, y mirando perderse, montaña adentro , las bulliciosas bandadas de loros.
Entraremos por el estero del río Hueque, mirando saltar de sus aguas las truchas y los salmones y tal vez soñando con los “baguales” errantes bajo el follaje cerrado de esas montañas vírgenes.
Nuestro guía, un chilote con cara de “reineta”, nos convida a “La Vega”, costa sur de la isla. Esta es la parte elegante de Calbuco y sitio de sus mejores sitios industriales. Viven en este punto los Ditzel, los Oelckers, los Schmeisser.
La playa de “La Vega” es hermosa y ancha y a ella atracan las embarcaciones que vienen de Ancud, Achao y Maullin.
Calbuco sufrió hace poco un voraz incendio, pero no es un pueblo de los que mueren así no más, porque a la belleza de su isla está unido el esfuerzo humano de sus isleños, que aman a su tierra y saben hacer grata la permanencia de los visitantes.
Ya de regreso al hotel, Olavarría se acerca y nos dice:
-No olvide que mañana tenemos un magnífico curanto. Por ahora pasen a servirse una entradita de centollas.
Así es Chiloé... Así es Calbuco.

FOTO: La isla de Calbuco, donde prosperan diversas industrias, como la de conservas de mariscos, se encuentra a corta distancia de Puerto Montt. Pequeñas barcas, goletas y faluchos hacen diariamente el trayecto hacia esa pintoresca isla, rodeada de hermosos canales.
...
[1] Revista En Viaje Nº 134 diciembre de 1944 pp. 122-123. Trabajo premiado en el Concurso “¿Conoce UD. Su país”? de esa publicación.

No hay comentarios.: