Las manos manchadas de Chile
Vivian Lavín A. | Domingo 31 de mayo 2015 12:17 hrs.
Marcharon con las manos en alto. Ay, de despertar yo vengo/ con mi carita negra/ que nuestra gente
aquí/ se está muriendo… Entonaba el grupo de estudiantes de Teatro
de la Universidad Católica que inició la marcha del jueves pasado por el centro
de la capital. Con los rostros y las manos teñidas de blanco realizaron lo que
ellos denominaron El Funeral de la Libertad: un
lamento triste y cadencioso. Ay, de despertar yo vengo/con
mi carita negra/ que me han venido a decir/ que nada está sucediendo./ Negra es
la herida,/ canto yo a los cuatro vientos./ Roja es la herida/ que lleva mi
descontento.
Era una suerte de llanto colectivo, por la violencia, por la muerte de
dos de los suyos hace unas semanas, por el grave estado de salud de otro… El dolor y la peregrinación de más de cien mil
jóvenes fueron ignorados. Los medios de comunicación tradicionales ni siquiera
mencionaron la estética y ética de su paso por la Alameda, menos aún cuando de
rodillas y con los brazos en alto hacían su rogativa por la libertad frente al
Palacio de La Moneda. En cambio, a la vieja usanza de los métodos de
desinformación y manipulación de la dictadura, las pantallas de televisión y
los diarios sobre esa jornada desplegaron las imágenes de los destrozos
causados por un puñado de antisociales que de manera inaudita supera a
Carabineros… ¿un cuerpo policial que se considera uno de los mejores del mundo?
Las manos blancas e
impolutas de nuestros jóvenes frente al palacio presidencial fueron un llamado
a nuestra conciencia. A la conciencia de un país dominado por quienes tienen
las manos teñidas de sangre o de corrupción, y que se niegan a mostrarlas, que
las esconden, las disfrazan. Manos pertenecientes a una clase política y
empresarial, eclesiástica y jurídica, en su mayoría cómplice cuando no
culpable, de una forma de contagio que ha hecho de Chile un país enfermo.
Nuestros jóvenes son nuestros Semmelweis. Ese obstetra húngaro cuyo nombre completo
era Ignác Fulöp Semmelweis, quien ha sido reconocido como personaje del año por
la UNESCO, no a manera de homenaje, sino que como un muy tardío acto de
desagravio, a quien demostró, hace 170 años, que era la falta de medidas
higiénicas básicas de los profesionales que atendían a las mujeres que daban a
luz, lo que transmitía las enfermedades y ocasionaba sus muertes. El padre de
la asepsia y nadie lo sabe. Pero por haber establecido que eran los propios
médicos los que contagiaban y por ello mataban a sus pacientes simplemente por
no lavarse las manos infectadas, hizo caer a Semmelweis en desgracia al punto
de ser rechazado por la comunidad científica de su país quedando como un paria.
El cruel trato que recibiera el malogrado Semmelweis es el mismo que
damos hoy a nuestros jóvenes que de manera valiente y persistente salen a
mostrarnos esas manos infectadas de corrupción o de desidia que manejan los
hilos del poder y que nos están matando.
Las manos de nuestros jóvenes, en cambio, son inteligentes y se dan
cuenta cómo es el juego de esas otras manos que se han venido estrechando de
manera constante y dolosa durante años, mezclándose, viralizándose. Esas manos que hace unas décadas cargaban
un fusil revolucionario pero que hoy se cruzan convenientemente con las de
quienes se negaban a firmar los recurso de amparo para proteger la vida de los
perseguidos; manos que salieron del país con un pasaporte rojo y una enorme
letra L que se enlazan alegremente con las de quienes en su ausencia compraron
a precio vil las empresas del Estado… Manos con manos, contagiándose unas a
otras en una cadena infecciosa e imposible de determinar.
Manos que cuando son apuntadas por otras más jóvenes, abiertas en lo
alto y pintadas de blanco acusándolos de la pandemia que nos azota, se hacen
las ignorantes, las ofendidas, como aquellas de los médicos húngaros colegas de
Semmelweis.
A las manos jóvenes, por el atrevimiento de acusar a La Moneda y a sus
cómplices, esos guardianes policiales, políticos, operativos, empresariales,
las maltratamos, excluimos, las matamos…
Semmelweis murió en un hospital siquiátrico debido a una septicemia que
se ocasionó él mismo intentando demostrar su teoría. Su muerte es un oscuro
presagio para esas manos que hoy siguen su ejemplo de valentía y clarividencia
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TOMADO DE : RADIO ELECTRÓNICO UNIVERSIDAD DE CHILE
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