NICOLÁS DEL TECHO
HISTORIA
DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
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TOMO
TERCERO * LIBRO
SEXTO
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CAPÍTULO VII
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MISIONES DE LA COMPAÑÍA EN
LA ISLAS DE CHILOÉ
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En este Archipiélago trabajaban sin descanso el
P. Melchor Vanegas, que era rector, y tres compañeros que tenía. Todos los
años enviaba el gobernador de Chile una nave con dinero y provisiones para
los soldados y religiosos, pues la generosidad del monarca llegaba hasta
aquellos países remotos; en ningún otro tiempo se podía comunicar por cartas
con los Padres, quienes cada dos ó tres años iban por turno al Colegio para
dar cuenta de sus actos. En las islas había ochenta capillas, construídas en
las aldeas del litoral; á éstas se dirigían por el mar los religiosos y
permanecían en cada una seis ú ocho días, procurando el bien espiritual de
los indios, á los cuales era tan grata la presencia de los Padres que, cuando
éstos partían para otras aldeas, se lamentaban amargamente y les suplicaban
que tornasen pronto. Si corría en alguna isla la noticia de que se acercaban,
salían en caterva los indios de sus antros y selvas, ofreciendo sus hijos á
fin de que los bautizasen, y ellos se confesaban. Si no se atrevían á salir
por temor á vejaciones ó estar enfermos en el lecho, los misioneros,
atravesando ásperas montañas y bosques espesos, sin reparar en fatigas, los
buscaban llevados del celo de la salvación de las almas. Tan continuas fueron
sus expediciones por mar y tierra, que en todo el Archipiélago de Chiloé
quedaron pocas personas adultas sin recibir el Bautismo. Consta de cartas
escritas por el Provincial al Padre General, que desde que entró
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CAPÍTULO IX
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COSTUMBRES DE LOS CHONOS Y LOS HUILICHES
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Cuando el Provincial Diego de Torres dispuso que
fueran á las islas dE Chiloé los Padres Melchor Vanegas y Juan Bautista
Ferrusino, les ordenó que inquiriesen con diligencia los usos de los chonos y
huiliches, habitadores de las tierras inmediatas al estrecho de Magallanes, y
que si había esperanzas de convertirlos al cristianismo, procurasen á todo
trance realizarlas. El cacique de los chonos, Delco, allanó el camino. Con
objeto de comerciar solía ir á las islas de Chiloé, y tuvo ocasión de conocer
el Evangelio entre los españoles; bautizóse, tomó el nombre de Pedro, y deseando
que su hijo alcanzase igual beneficio, se presentó á los misioneros que
residían en Chiloé y los llenó de gozo. Llevaba en cinco piraguas su familia
y numerosa comitiva. Interrogado por los Padres acerca de las costumbres de
los chonos y huiliches, después de saludos mutuos, valiéndose de un
intérprete perito en el idioma de Chiloé, se expresó de esta manera: «Tres
días de navegación dista de aquí Guata, primera isla del archipiélago de
Chonos; se va á ella por medio de un mar siempre tempestuoso, aunque los
chonos conocedores de los vientos no le tienen miedo; pero los extraños
hallan incesantes peligros en los remolinos y olas. La gente vive, parte en
el continente y parte en multitud de islas cercanas á la costa; ninguna de
éstas cuenta más de tres ó cuatro familias; el suelo es pedregoso y estéril;
apenas simiente alguna da fruto; los árboles son más tristes que los de
Chiloé; los indígenas viven de pescados y otras cosas que arroja el mar;
ayudados por sus mujeres, se lanzan al agua y salen con buen acopio de peces
en canastillos pendientes del cuello; escasea el agua potable; beben aceite
de lobos marinos, y no conocen género de vino; después que se hartan de dicho
aceite y de peces, celebran sus bacanales con gesticulaciones propias de
hombres borrachos, y llegan á dar muerte en semejantes festividades á sus
mismos parientes; sin embargo de lo expuesto, en la isla de Guata se cría
trigo turco, con el cual confeccionan una bebida. Los indios llevan el
cabello teñido de rojo; la cara de color del acebuche; son de blanda
condición. En las islas remotas hay perros velludos y con melenas, de cuyo
pelo se hacen los chonos vestidos tan cortos que cubren el pecho y hombros
solamente; tapan las partes vergonzosas con algas y hojas de plantas marinas
endurecidas al sol.» Así habló Delco. Los huiliches, que viven cerca del
estrecho de Magallanes, son aún más pobres y de peor carácter; su país cae
debajo del grado cincuenta de latitud austral, y es frío en extremo; van
completamente desnudos; sus casas, de forma cónica, están fabricadas con
flexibles cortezas de árboles; nada comen guisado; se alimentan de peces y
ostras; tienen la piel atezada, y sus cabellos erizados parecen de fieras, no
de hombres. Son pocos, y dan la razón de ello diciendo que no se multiplican
por la miseria del país y las invasiones enemigas, pues los huiliches son
cazados por los chonos como bestias y reducidos á esclavitud ó vendidos en
las islas de Chiloé; es verdad que en la servidumbre gozan de mejor suerte
que en su patria. Cuando hablan parece que gruñen. Antes de que aprendan la
lengua de Chiloé nada saben sino espantar las aves de los sembrados.
Valiéndose de intérprete, el P. Juan Bautista
Ferrusino en dos días tradujo al idioma chono los diez mandamientos, las
oraciones cristianas y el modo de aborrecer los pecados; los bárbaros
quedaron admirados de esto. Delco pedía con vivas preces el Bautismo para su
hijo, pero se le dilató porque no estaba suficientemente preparado en tan
corto tiempo. Los chonos aprovecharon la bonanza y regresaron á su tierra;
recibieron antes ciertos regalos, y partieron suplicando, aunque en vano, á
los Padres con rostro y acento lastimeros que los acompañasen á las islas;
unos y otros se separaron con inmenso dolor, si bien los chonos se consolaron
algo con la promesa que les hizo el P. Melchor Vanegas de procurar su
bienestar espiritual.
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CAPÍTULO
X
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LOS PP. MELCHOR VANEGAS Y MATEO ESTEBAN
NAVEGAN A LAS ISLAS DE LOS CHONOS
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En los diez años siguientes nada se hizo de
provecho sino evangelizar á los chonos y huiliches que á largos intervalos
visitaban las islas de Chiloé. En el año de que hablamos, el P. Melchor
Vanegas, infatigable y apostólico misionero del América austral, y su
compañero el P. Mateo Esteban, sin temor á género alguno de peligros, se lanzaron
á un mar para ellos desconocido, juzgando que con su viaje á las islas de los
chonos dejarían un buen ejemplo á la posteridad; la barca en que iban estuvo
á punto de sumergirse en medio de una fuerte borrasca que los hacía juguetes
del viento; por fin, arribaron felizmente á la isla de Guata, donde Delco,
sabedor de su llegada, imitando á los de Chiloé, había construído una capilla
y reunido cuanta gente pudo, á fin de que recibiera el Bautismo. Pasaron
después los misioneros al continente é islas próximas, hallando muchas
personas sedientas de conocer la doctrina cristiana; no bautizaron más que
doscientas doce, pues había espirado el plazo que sus superiores fijaron para
la expedición; así que con gestos y palabras manifestaban que, á no estar
sujetos á obediencia, con gusto pasarían toda la vida entre los chonos. Pero
en verdad esto lo decían llevados de sus afectos, pues bien sabían que era
imposible establecer residencia en un país tan áspero y de cielo tan
inclemente. Viendo que los chonos moraban dispersos en muchas islillas, sin
que fuera posible congregarlos ni visitarlos aisladamente, encomendaron el
negocio al Señor, y se dispusieron, ya vueltos á Chiloé, á socorrer con todas
sus fuerzas á los chonos y huiliches. Según documentos que he visto, los
religiosos de Chiloé estuvieron otras veces en las tierras de los chonos y
huiliches, en lo que se ve cómo el celo de aquéllos se extendía por todo el
mundo.
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CAPÍTULO XXIV
LO QUE OCURRÍA EN EL REINO DE CHILE.
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Mientras que así se procuraba la salvación de los
negros, los PP. Andrés Agrícola y Cristóbal Deódato, en la provincia de Cuyo,
visitaban en continuas expediciones los pueblos cercanos á Mendoza y los
situados en las montañas, bautizando inmensa turba de gentiles. En Arauco,
además de recorrer los campos vecinos, el P. Vicente Modolello y su compañero
hacían entradas á países remotos, yendo por incómodas sendas; administraron
los Sacramentos á los habitantes de ocho aldeas, en parte neófitos y en parte
paganos. En
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TOMO TERCERO * LIBRO
SEPTIMO
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CAPÍTULO IV
LAS COSAS ACONTECIDAS EN EL REINO DE
CHILE.
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Continuaba el monarca español sosteniendo a los
jesuitas que cultivaban la viña del Señor en Chile, Arauco y el archipiélago
de Chiloé. Con pretexto de la liberalidad del Rey, algunos frailes quisieron
perjudicarnos; propusieron que ellos administrarían los Sacramentos á los
araucanos y á los soldados españoles por medio de sacerdotes de su Orden, y
sin subvención, con tal que se retirase
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CUADERNOS DE CAICAEN Historia y Folklore desde Las Islas, es una publicación fundada en 1991 por José D. Mansilla-Utchal y J. Milton Vivar con el objetivo de dar a conocer la Historia y el Folclor de Calbuco y su comarca aledaña. Con el tiempo se nos unió Sergio O. Vargas quién se nos fué en la primavera de 2013
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martes, septiembre 20, 2016
CHILOE Y LOS JESUITAS SEGUN NICOLAS DEL TECHO P. III
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