NICOLÁS DEL TECHO
HISTORIA
DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
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TOMO
SEGUNDO * LIBRO
TERCERO
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CAPÍTULO XVIII
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LA COMPAÑÍA SE ESTABLECE
TEMPORALMENTE EN LA ISLA DE CHILOÉ
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Chiloé, apéndice marítimo del reino
chileno, tiene de longitud cincuenta leguas y siete de anchura; es su forma
la de un brazo encorvado, en vez de ser cuadrada, como afirmaban en otro
tiempo los geógrafos. La parte meridional dista poco del continente, del que
la separa un estrecho, y penetra en un golfo, cual si no quisiera apartarse
mucho de la tierra firme; la septentrional se dirige hacia el interior del
Océano. Toda ella es montuosa y desigual; en bastantes sitios pantanosa y
expuesta á fríos rigurosos, como situada en los cuarenta y tres grados de
latitud austral. En medio del estío soplan á veces vientos helados, lo mismo
que en invierno, y se oponen á que los frutos lleguen á debida sazón. A poco
que se escarbe se encuentra una arena rojiza y seca, inútil para la
vegetación. Sin embargo, hay árboles tan corpulentos que de uno se podían
hacer muchos, según atestigua Ovalle. Lo que resulta inútil para el arado se
destina á plantaciones. Dada la esterilidad del suelo y la inclemencia del
cielo, el país es miserable; de manera que una raíz insulsa que se cultiva
produce tan sólo cinco veces la simiente. Al Norte de la isla, algunos
españoles, huyendo de las ciudades saqueadas por los rebeldes araucanos,
habían fundado el pueblo de Castro. Los ingleses lo devastaron en el año 1600
y no quedaron más que treinta ciudadanos. En otra isla vecina que luego
describiremos, había una fortaleza guarnecida por ochenta soldados españoles,
quienes, careciendo de lo necesario, molestaban no poco á los indefensos
naturales del país. Estos vivían solamente de lo que produce el mar, así que
residían en la costa antes de que llegasen los europeos; luego, temerosos de
vejaciones, se retiraron al interior, y viviendo en montañas escarpadas
compraron su libertad á costa de suma pobreza. Llevaban cubiertas las partes
vergonzosas con una red de conchitas engarzadas; lo demás al aire. Cuando la
isla fué descubierta contaba quince mil familias. Cada año enviaba el
gobernador de Chile un buque que llevase á los españoles lo que necesitaban;
nadie iba á Chiloé sino en tal ocasión. En aquellas islas se usan barcas
hechas de tres tablas cosidas con cuerdas bastas y tapadas las rendijas con
corteza de árboles macerada. Nunca se va en tales embarcaciones, llamadas
piraguas, sin grande riesgo. Mayor todavía lo ofrecían los chilenos
sublevados, frente á cuya costa se hallan dichas islas. Teniendo en cuenta
los peligros del mar y de los rebeldes, unidos á la áspera condición de cielo
y tierra, no es de extrañar que tales islas sean el último rincón del mundo y
la mansión de la indigencia. Mas esto mismo aguijoneaba la voluntad de los
misioneros, deseosos de padecer trabajos por dilatar el imperio de Cristo.
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CAPÍTULO XIX
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EJERCEN SU MINISTERIO LOS JESUITAS EN EL
PUEBLO DE CASTRO.
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Fueron á la isla de Chiloé los PP. Melchor Vanegas, á quien
el P. Nieremberg comparó con los más notables de la Compañía, y Juan Bautista
Ferrusino; iban enviados por el Padre Diego de Torres. Luego que por mar y
tierra hicieron desde la capital de Chile un viaje de doscientas cincuenta
leguas, llegaron á Castro y fueron benévolamente recibidos por los españoles.
El gobernador de las islas les dió una casa en la que se instalaron;
arreglaron una capilla y en seguida comenzaron á purificar las conciencias
mediante la confesión; después se dedicaron á la enseñanza de los indígenas.
Algunos sacerdotes seculares habían opinado que éstos eran incapaces de
recibir los Sacramentos y así los tenían descuidados, por lo cual muy pocos
recibieron otro Sacramento sino el Bautismo. Los jesuitas en cuatro meses
doctrinaron á los indios, de manera que éstos llegaron á saber tanto como sus
dueños: apenas aprendieron los dogmas cristianos, no solamente confesaron,
mas también con admiración de los españoles se acercaron á la mesa del altar.
Devoción tan grande mostraba aquella gente, que antes de amanecer acudían a
los Padres, quienes no tenían tiempo siquiera de comer, ni punto de reposo;
aprovechándose los misioneros de tan felices disposiciones como veían en los
isleños, hicieron de ellos cuanto quisieron. Los concubinatos fueron trocados
en matrimonio; ratificadas las uniones contraídas por la violencia y, por lo
tanto, nulas; ninguno dejó de perdonar las injurias, y los mismos
dominadores, conmovidos con tales ejemplos, trataron más blandamente á sus
vasallos, los hombres más desgraciados del mundo. Finalmente, de toda la isla
fueron llevados los muchachos á los religiosos con objeto de que éstos les
enseñasen la doctrina católica, y ellos á su vez la comunicasen á sus
compatriotas.
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CAPÍTULO XX
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RECORREN LOS JESUITAS LA ISLA DE CHILOÉ;
FRUTO QUE SACARON DE SUS MISIONES.
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Después que permanecieron los Padres cuatro meses en el
pueblo de Castro, durante el mes de Julio se embarcaron en un esquife sin
temor á las olas del Océano y visitaron las aldeas de la isla, que eran
veinticinco. Sus habitantes no conocían de los sacerdotes otra cosa que las
vejaciones; cuando supieron que los iban á visitar los jesuitas, cuya virtud
conocían, los esperaron benévolamente y recibieron, ya que otras cosas no
podían hacer, con arcos triunfales hechos de ramos; los jóvenes y las
doncellas, á estilo de suplicantes, llevaban en la cabeza coronas de flores y
delante una cruz adornada de igual manera, precediendo á los Padres. Todos
ofrecían á éstos en canastillos ostras, peces, huevos y aves; recibieron en
cambio agujas, alfileres, anzuelos, gargantillas de vidrio y otras cosas muy
apreciadas por los indios; unos y otros experimentaban inmensa alegría que se
traducía en lágrimas. Los misioneros se detuvieron cinco días en cada aldea
donde predicaban en una capilla provisional; visitaban los enfermos;
refutaban las supersticiones, penetrando en el centro de la isla y en sus más
ocultos rincones; bautizaban á quienes se hallaban dispuestos, y á los restantes
daban buenas esperanzas de concederles igual beneficio en otra expedición, si
entonces lo merecían. Oyeron las quejas de aquellos infelices y prometieron
intervenir con las autoridades á fin de evitar que los soldados los
oprimiesen en adelante, afirmando que darían su vida por el bienestar de un
solo indio. Los isleños, comparando las condiciones de los demás sacerdotes
con la templanza y virtudes de los jesuitas, daban á éstos nombres amorosos,
cuales eran los de padres y madres. Los consideraban como santos varones
celestiales, y así les querían tributar honores que los religiosos
rechazaban. Seis meses tardaron éstos en visitar la isla; bautizaron gran
número de personas, autorizaron mil quinientos matrimonios, oyeron dos mil
confesiones y exhortaron á todos á conservar la fe de Cristo. Después fueron
á otra isla para ejercer su ministerio con los soldados españoles, y
regresaron á Castro. Desde aquí se dirigieron por mar á los pueblos de la
isla y obtuvieron copioso fruto. El gobernador, viendo lo útiles que eran los
Padres, escribió al Provincial Diego de Torres rogándole que no privase á los
indios de varones tan celosos.
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CUADERNOS DE CAICAEN Historia y Folklore desde Las Islas, es una publicación fundada en 1991 por José D. Mansilla-Utchal y J. Milton Vivar con el objetivo de dar a conocer la Historia y el Folclor de Calbuco y su comarca aledaña. Con el tiempo se nos unió Sergio O. Vargas quién se nos fué en la primavera de 2013
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sábado, mayo 07, 2016
CHILOE Y LOS JESUITAS SEGUN NICOLAS DEL TECHO
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