El nombre de Oscar Orlando Villegas Brandau está asociado al deporte y especialmente la difusión y desarrollo de la cultura de Calbuco. Junto a Nievas, Vargas, Barruel, Catalán, Serrano y otros, promovieron –a través de la Agrupación Araña Gris- gran parte del quehacer cultural de los 1980’s y parte de los 1990’s.
Oscar Villegas nació en Maullín, la ciudad del río, el 22 de febrero de 1943. Su padre D. Luis Villegas fue un Practicante Médico. En 1950, don Luis se trasladó a Calbuco con su familia para trabajar en el Hospital de esta ciudad. La señora madre de Oscar es doña Cotty Brandau, “hija de colonos alemanes”, como él expresa. La familia Villegas Brandau la forman además otros seis hermanos, entre ellos Luis Villegas, quien fuera por años Secretario de la Ilustre Municipalidad de Calbuco.
Las primeras letras las aprendió Oscar en la Escuela Balmaceda y luego en el Grupo Escolar (la actual Escuela Eulogio Goycolea). Recuerda que sus profesores de Educación Básica fueron Carlos Morales Cubillos y Dagoberto Guerrero Huilquiruca.
El mismo nos dice que “deambuló por varios Liceos”: Asistió al Seminario Conciliar de Ancud, el Colegio San Francisco Javier de Puerto Montt. Años después estudió Orientación Familiar en la Universidad de Los Lagos y obtuvo un Diplomado de la misma materia en la Universidad Católica del Norte.
En su vida laboral fue Gerente de la Cooperativa de Pescadores de Calbuco hasta la extinción de esta organización en 1978. Posteriormente y hasta el presente se ha hecho cargo de una consultora que trabaja con el Ministerio de Bienes Nacionales en el saneamiento de propiedades.
Su habilidad para escribir -dice- le nació desde muy temprano. En los colegios fue siempre la persona que tomaba acta de los acuerdos y reuniones.
Cuando en 1983 surge el Boletín Literario Araña Gris –al amparo del padre Van Kessel- lo invitaron a participar como socio. Fue designado Secretario del cuerpo directivo de esa publicación. Con el tiempo llegó a ser Director de la revista por más de una década, cargo que actualmente ocupa, aunque la publicación actualmente -nos dice- se encuentra actualmente un poco “remolona”.
“Araña Gris –nos comenta- nació en 1983 como un Boletín Literario mimeografiado y desde allí fue evolucionando”. El iniciador e impulsor de la revista fue Esteban Barruel. Luego Barruel se marchó de la organización, también Barruel fue el creador de la revista El Chucao. Regreso en 1991 con la propuesta de que quienes escribieran en Araña Gris fueran solo Calbucanos (sic); posteriormente volvió a marcharse. “Araña Gris ha sido la cuna de casi todos los escritores Calbucanos”, nos relata Villegas. Los integrantes de la Agrupación organizaron La Semana del Arte, La Semana Estival, Encuentros de Poesía en Puerto Montt. Participaron junto con el Arco Iris de la Poesía. Han sido invitados a la Feria del Libro Regional que organiza la Universidad de Los Lagos. Organizaron ciclos de charlas; gracias a ellos estuvieron en Calbuco los historiadores Rodolfo Urbina Burgos e Isidoro Vásquez de Acuña.
No solamente abrieron espacios para los cultores del Arte, la Pintura, la Fotografía; a artistas y escritores “consagrados”; sino que incentivaron la creación literaria en los jóvenes alumnos de las escuelas y liceos de Calbuco. Organizaron Concursos de Cuento y Poesía, crearon Talleres Literarios y publicaron esas creaciones en el Boletín. Araña Gris cumplirá en 2013, 30 años desde su aparición. Es de esperar que despierte de su letargo y comience a tejer de nuevo la trama de la cultura calbucana como en sus inicios, incorporando los creadores calbucanos de la diáspora.
Oscar Villegas incursionó en la escritura, desde la revista; escribió sobre hechos cotidianos, artículos costumbristas, nos declara. En su afán de desentrañar otras disciplinas estudió Grafología y publicó una serie de artículos e interpretaciones sobre el tema. Se atrevió a estudiar la grafía de grandes personajes; su artículo publicado en el Nº 1 de la Revista Cuadernos de Caicaén. Historia y Folklore desde las Islas: Análisis Grafológico de Violeta Parra es una notable pieza de estudio del carácter de la señora poetisa y folclorista.
De Araña Gris Oscar pasó a escribir esporádicamente como columnista en los diarios de la capital regional sobre temas de reflexión y también de contingencia diaria. Oscar participó además en el Primer Seminario de Historia de Calbuco con un excelente trabajo sobre la fauna doméstica de la isla de Calbuco.
También se destacó como un excelente deportista. Jugador de fútbol del club deportivo José Miguel Carrera. En febrero de 1989, con motivo del encuentro del Club Deportivo Rangers con la Selección Laboral de Fútbol de Calbuco que participaba en el Campeonato Nacional de esa rama, la comunidad deportiva de Calbuco lo homenajeó a estadio lleno junto a Carlos Paredes por “su corrección y caballerosidad en el campo deportivo”.
También ha incursionado en el género narrativo. Su cuento “La Vieja Tonina” fue premiado con la 1ª Mención Honrosa en el Concurso ESSAL de 1990.
JOSE D. MANSILLA ALMONACID
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LA VIEJA TONINA
OSCAR VILLEGAS BRANDAU
La amanecida despuntaba en el vasto horizonte, con una claridad que nada hacía presagiar, el mar agitado en esa zona no era preocupante, ya que los contrastes climáticos eran evidentes, los que se manifiestan y se hacen sentir más aún en plena mar, los son acompañados de vientos fuertes y lluvias intensas, los que hacen de las embarcaciones livianas cáscaras que son sacudidas con inusitada violencia.
La vieja barca Tonina se deslizaba sobre las crestas de las olas avanzando rumbo al puerto. En el gobierno de la embarcación, Manuel, viejo pescador crecido a la vera del mar, curtido por el aire salino y la experiencia de vivir toda una vida en el mar. La fiel embarcación, la Tonina, nombre con el cual Manuel bautizó a su vieja embarcación, simpático cetáceo delfín chileno abundante en la zona sur, como un homenaje a una vida dedicada a las faenas de pesca. Este simpático cetáceo acompaña a las embarcaciones atravesándose por la proa, en singular carrera para terminar con saltos impresionantes, verdaderas proezas de estos simpáticos y voluminosos peces, causando la admiración de quienes por primera vez observan este espectáculo de estos contorsionistas acuáticos.
La vieja Tonina, endeble barca de madera, había soportado varios años los embates de la naturaleza, sus roídos maderos tanto de la depredación de la larva, depredador de mar conocido vulgarmente en jerga marinera como la broma, carcome los maderos hasta horadarlos y traspasarlos por más volumen y espesor que esta tenga. Tenía cabina en la popa, donde se alojaba el motor propulsor, pequeña máquina con varios desperfectos en su reparación, la que a veces se negaba andar, siendo sometida a incontables reparaciones, pero siempre fiel arrastraba a la Tonina por el mar, aunque su velocidad no era de las mejores. En la proa, también tenía una pequeña cabina, que servía de abrigo para protegerse de noches de tormenta. Era notorio que la vieja y fiel embarcación necesitaba una prolija reparación para seguir prestando servicio en la dura faena de pesca.
Después de algunas horas de navegación, Manuel comenzó a sentir cansancio, el largo trajinar y los años ya hacían mella en su físico, aunque de vigorosa contextura, 1.80 de estatura, gruesas espaldas y manos callosas, vigor que ostentan todos los que trabajan en pleno contacto con la naturaleza, con sus casi 70 años los que dejaban de manifiesto en su curtido rostro y espaldas aunque poderosas, ya denunciaban una cierta inclinación. Su recia estampa contradecía con su trato hasta considerado humilde, reflejando su escasa escolaridad, ya que apenas firmaba su nombre, pero en el mar era un luchador incansable.
-Mario, ve tú al timón- Yo voy a dormir un rato, mientras llegamos a tierra. Mario acudió presuroso a tomar la caña para dirigir la embarcación, mientras fumaba su infaltable cigarrillo. Eran varias horas de navegación. La pesca de la noche había sido generosa y la bodega de la embarcación guardaba la casi tonelada de peces. Mario prendido a la caña pensaba en lo bueno de la pesca, tenía para buenos botellones, bebedor empedernido. Un hombre de físico delgado, pero firme, sus rasgos de ascendencia germana eran notorios, de voz profunda y tez rubicunda que cubría con una espesa y tupida barba, la que dejaba crecer en épocas de invierno, ya que decía: me protege del húmedo y penetrante frío sureño. Bueno para el trabajo, el que siempre cumplía a pesar de que a veces las condiciones físicas, producto de la farra,. No eran las mejores. Al borde de los cincuenta y cinco años, Mario había sido de familia acomodada hasta que el progenitor deja este mundo y el resto de los hermanos no puede continuar los negocios del padre y todo el capital invertido sucumbe y la quiebra de la empresa es inminente. Posteriormente vienen los años malos para toda la familia y muchos de estos tienen que emigrar hacia otras ciudades del país.
El tercer tripulante era Pedro, un muchacho dedicado desde temprana edad a la pesca, era amigo inseparable de Mario, ya que los dos acostumbraban a beber copiosamente, juntos habían compartido tantas jornadas de pesca, teniendo por techo el amplio cielo y la inmensidad del mar, cobijado solo por las estrellas lo que en su bajo intelecto no le daba para reflexionar sobre las constelaciones de astros que asomaban en noches estrelladas, solo ellas eran sus compañeras, como también en otras el rugido del viento y las olas los acompañaron en interminables noches de tormenta donde sus vidas fueron juguetes del destino sin conocer cuál sería el final de esta azarosa experiencia.
Mario, siempre al gobierno de la embarcación, después del séptimo cigarrillo empezó a notar que el viento comenzaba a soplar con fuerza, pero no era para preocuparse, ya que esos mares los habían navegado infinidades de veces. Pero a medida que la vieja barca avanzaba se hacía más difícil gobernarla. Se dio cuenta que el viento sorpresivo comenzaba a soplar cada vez más y más, hasta que la intensidad del ventarrón se hizo insoportable. Dos fuertes olas sacudieron a la embarcación enterrándolas en medio de ellas. Aferrándose fuerte a la caña, Mario trataba de afirmarse y enderezar su embarcación. Hasta que de pronto un sacudón estremeció los viejos maderos abriendo un forado a la altura de la quilla, comenzando a entrar agua, seguido de fuertes olas.
Un segundo sacudón sumió toda la proa de la lancha, tirando a Mario desde su posición, quién cayó al costado del puente, gritando a todo pulmón -¡Manuel, Manuel, nos hundimos! – El que dormía plácidamente, despertó sobresaltado acudiendo al puente y al asomar a cubierta se encontró con un temporal desatado y su barca a merced de las olas la que se debatía tratando de mantenerse a flote. Entre los tres hombres trataron de luchar contra la furia del temporal, mientras el rugido del viento y las olas tapaban la vieja y sufrida Tonina, hasta que pudo más el huracán, dando vueltas de campana la barca, perdiendo toda la pesca, siendo los hombres lanzados al agua, los que lucharon aferrándose a la embarcación que flotaba.
Largo rato permanecieron cogidos de los maderos de la Tonina, hasta que por fin comenzaba amainar y aquietarse las aguas, arrastrados por la corriente, horas después a la deriva llegaron a la playa completamente extenuados, después de haber permanecido aferrados por más de cinco horas a si vieja embarcación aunque herida en su vientre llegó también con ellos a tierra. El frio, cansancio y hambres se apoderaban con intensidad de cada uno. En tierra firme procedieron amarrar a la tonina, donde se encontraron con don Antonio y doña Juana, matrimonio de ancianos residentes en la isla, los que miraban con asombro la odisea vivida por los náufragos acudiendo a la orilla de la playa a recibirlos.
¡Dios mí, que suerte tuvieron!, ¿Con tan malo que estuvo el tiempo!, dijo don Antonio, mientras doña Juana también se compadecía de la suerte corrida por los pescadores: -¿Pasen, pasen, para adentro!. La cocina está encendida- .
Adentro el cálido ambiente de la cocina a leña irradiaba una atmosfera grata. Don Antonio dijo a su vieja compañera –Ya mujer, prepara algo de comer, esta gente viene muerta de hambre-. La paciente esposa preparó una rica cazuela de ave, mientras los anfitriones le prestaban ropa y secaban la que traían puesta. Esa noche fue grata y los náufragos revivieron con las exquisiteces preparadas por este humilde matrimonio.
Largas horas charlaron. Don Antonio recordó su juventud, cuando él fue sorprendido varias veces por las tormentas, quien gracias a su arrojo y valentía y más la ayuda de Dios, como decía, logró salir con vida.
-¡Ustedes vieran como soplaba el viento! - .
-¡Y las olas eran del porte de esta casa!-.
La chicha de manzana refrescaba, pero los grados de alcohol empezaban a hacer efecto en los comensales, hasta que el cansancio pudo más que la odisea vivida durante el día y agotados se fueron a la cama. Afuera la quietud de la noche estrellada contrastaba con la furia del temporal desatado en el día. El canto de un gallo anunciaba que la noche avanzaba para dar paso a los primeros rayos del alba. El suelo de los náufragos fue profundo.
Don Antonio y Doña Juana, como buenos campesinos, a las 6:30 horas de la mañana comenzaron con los primeros ajetreos del día. La tibieza del astro rey despertó a Manuel, mientras Mario y pedro aún no lo hacían de ese profundo y reparador sueño.
-Vamos muchachos, ya aclaró-
La voz de Manuel resonó en los oídos de sus compañeros que se desperezaron y levantaron.
-¡Hola, buenos días!- ¿Cómo amanecieron?. Saludó con cortesía Doña Juana, lo mismo hacia su compañero, quien llegaba desde el patio con leña entre los brazos.
-Bien, bien- Replicó Manuel, quien era el que siempre llevaba la voz en todo, ya sea para vender y vocear su mercadería, mientras Mario y Pedro solo asentían y confirmaban con un movimiento de cabeza, balbuceando en monosílabos su agradecimiento hacia este humilde matrimonio.
Después de un suculento desayuno fueron a la playa. Allí descansaba la vieja Tonina. Don Antonio proporcionó algunos materiales, los que sirvieron para que durante el día pudieran efectuar la reparación de la embarcación, la que por suerte no había sufrido un daño tan grande, quedando apta para hacerse de nuevo a la mar.
Don Antonio no quería que sus ocasionales emprendieran la marcha. Fue asi tanto su insistencia que los náufragos tuvieron que acceder a los requerimientos de esta noble familia. Ese día aprovecharon para reparar la avería de la Tonina, y el resto de la tarde para compartir hasta que los sorprendió la noche. La cena igual que la noche anterior había sido frugal, rieron gozaron de buena gana. Junto a la desgracia había nacido una hermosa amistad entre los pescadores y el matrimonio de senescentes. Esa noche se acostaron muy tarde.
Temprano a la amanecida tuvieron, una vez más, la oportunidad de compartir por última vez antes de hacerse a la mar. Debían hacerlo temprano, ya que las condiciones climáticas eran buenas y la Tonina debía navegar sin el motor propulsor, solo con el aparejo, descoloridas velas que don Antonio guardaba como un apreciado tesoro, recuerdo de su época de pescador, cuando en su bote se hacía a la mar ayudado sólo por la fuerza del viento, que inflaba las velas, y a veces los remos impulsando su bote a buen puerto para capear lo malo. De eso solo quedaba su aparejo, ya que hacía mucho tiempo que no disponían de su bote, solo aprovechaba las bajas mareas para junto a su compañera “mariscar”, dádiva generosa que la naturaleza prodigaba con abundancia en esas costas. Alimento que consumían y ahumaban, vieja costumbre ancestral, como una manera de preservar el alimento por tiempo, disponiendo así de un buen aprovisionamiento cuando las condiciones climáticas no permitían hacerlo.
Así llego la hora de emprender la marcha. Un dejo de amargura afloró en los rostros de los ancianos, mientras una lágrima escurrió por el curtido rostro de doña Juana, quizás recordando en esos instantes, la despedida de sus hijos ausentes, todos tras la largos años de permanencia en la Patagonia Argentina, ausencia que era rota de muy en tarde,
Cuando una carta traía noticias de ellos. La emoción del momento traspasó la sensibilidad de los pescadores, quienes, aunque la rudeza de su trabajo a veces no da para sentimientos, pero la grata convivencia surgida ante un drama, que afortunadamente no cobró víctimas humanas, caló muy hondo y en esos días como ellos decían, habían sentido cosas extrañas en sus cuerpos, como lo manifestaran más adelante todo el grupo.
Era la emoción vivida en los momentos de dramática experiencia, la que había tocado las fibras sentimentales y afloradas desde su interior, para darse cuenta de la magnitud de un drama que pudo tener un desenlace fatal. La sensibilidad de sus corazones fue tocada al haber visto tan cerca la muerte y que en esos momentos de hondo dramatismo cuando aferrados a su vieja embarcación, la furia de los elementos cesó para traer consigo la calma y desde la playa aparecer estos ancianos como dos hadas madrinas que venían a salvar sus vidas. Un fuerte abrazo con cada dos hadas que venían a salvar sus vidas. Un fuerte abrazo con cada uno de ellos hizo estremecer lo más hondo de sus corazones, mientras doña Juana sin poder contener las lágrimas decía:
-¡Que les vaya bien hijitos!, si alguna vez vuelven por estos lados pasen a vernos.-
Mientras don Antonio con el rostro compungido por la emoción y los pescadores trataban de hacerse los duros.
Ya en el trayecto de la navegación, después de una hora, ante un viento generoso para la navegación a vela, el sol radiante se reflejaba en el azul del mar, sólo a veces se perdía por una nube cubriendo por segundos su luminosidad. A lo lejos en el agua asomaban las cabezas de dos lobos tomando el aire necesario para luego sumergirse en busca del alimento, a su alrededor una bandada de aves acuáticas surgen después de haber ingerido su alimento.
Como siempre Manuel sacó el habla: -Verdaderamente Don Antonio Y Doña Juana se pasaron!, ¿Qué habría sido de no estar ellos?. Mario y Pedro, como siempre parcos, solo asintieron con la cabeza, pero era evidente que los momentos de emoción los había sacudido a todos, en lo más profundo.
El viaje transcurrió sin novedad, el viento favorable inflaba la vieja vela que firme al aparejo se inclinaba impulsando a la Tonina sobre el mar. Así después de navegar alrededor de siete horas, ante sus ojos asomó la puntilla del puerto. Una alegría, como nunca invadió los corazones de los pescadores. Estaban próximos a arribar. Quizás en tierra firme lo esperarían la esposa de Manuel y sus familiares de todos, pensando en que ellos traerían el sustento, dinero de la venta de la pesca, tan escaso en estos días. Llegaron a la playa. Manuel dijo –Saquemos la vela- ya que no habían salvado nada. –Mañana veremos el motor- Porque era lo más delicado del naufragio, dado que este con el volcamiento de la embarcación permaneció sumergido bajo el agua por largas horas debiendo efectuar una prolija reparación.
Descendieron todos juntos, no vivían lejos os unos de los otros. El cansancio se hacía notar y aun las huellas de la emoción se reflejaban en cada uno de ellos. En sus casas tendrían harto que contar. Como siempre, se escuchó solo la voz de Manuel al despedirse:
-¡Mañana nos vemos muchachos!-
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