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domingo, noviembre 16, 2008

HUELLAS DE LA EVANGELIZACION JESUITA EN CALBUCO



HUELLAS DE LA EVANGELIZACION JESUITA EN CALBUCO

Muy tempranamente, -luego de autorizados a pasar a Chile en el siglo XVI–encontramos a los sacerdotes jesuitas actuar como misioneros en el archipiélago de Calbuco.

Dieciocho años después que el rey Felipe II, dispusiera el 12 de septiembre de 1590, que se dejase venir a las provincias de Chile a Religiosos de la Compañía [de Jesús] que venían “a entender de la conversión y doctrina de los indios”
[1]; arribaron a Calbuco el padre Melchor Venegas y Juan Bautista Ferrufino.

Recordemos que la avanzada jesuíta, proveniente del Callao, arribó a Chile el 11 de abril de 1593. Fundaron una casa en Santiago y desde allí, salieron a misionar por distintos lugares del territorio. Para el año 1595 el padre Luis de Valdivia llegó a la Isla Grande, hasta el caserío de Castro, entonces una docena de casas techadas de pajizo encontrando una iglesia, un convento de la Merced y dos sacerdotes.

En su afán de extender su labor misionera el Provincial Diego de Torres Bollo “decidió intentar la conquista espiritual de Chile, comenzando por las dos zona mas dificultosas, una por su sempiterno estado de guerra: Arauco, la que cometió bajo la presión de la Corona Española, el P. Luis de Valdivia, y la otra, más alejada, la Isla de Chiloé”
[2].

En octubre de 1508 se embarcaron en Concepción rumbo a Chiloé el padre Melchor Venegas, natural de Santiago y Juan Bautista Ferrufino, quien aún no terminaba sus estudios regulares.

Luego de una detención en la isla Mocha llegaron a Carelmapu en diciembre de 1608 “donde el gobernador de Chiloé D. Tomás de Olavarria, noble vascongado, y los ciento treinta soldados de aquel presidio los recibieron con salvas de artillería y mosquetería, repique de campanas y otras demostraciones de regocijo”
[3].

Un mes permanecieron los jesuitas en el fuerte San Antonio de Carelmapu y luego misionaron en la Isla Grande. En julio de 1608 expedicionaron en las otras islas incluido el Archipiélago de Calbuco

Los jesuitas Melchor Venegas y Juan Bautista Ferrufino abandonaron Chiloé en la víspera de la Navidad de 1609.

Existe testimonio de sus acciones misioneras en el archipiélago calbucano, por las cartas anuas de 1629, 1630, cuyo extracto se encuentra en la Histórica Relación del Reino de Chile de Alonso de Ovalle y que publicamos a continuación:

DE LA ANUA 1629 Y 30
(...)
Dice el superior de aquella misión en un capítulo de una carta, que hablando con un cacique del partido y fuerte de Calbuco y reprendiéndole el poco cuidado que tenían en aprender las cosas de Dios, le respondió con gran sentimiento: "Padre, no te espantes que olvidemos los misterios de la fé, pues entre tanta gente apenas nos cabe oir una sola vez la doctrina cristiana en cincuenta años, y si los españoles las oyen tantas veces y apenas la saben, o a lo menos hacen muchas cosas contrarias a lo que nos enseñas, ¿qué mucho que nosotros, oyéndolas tan a deseo, no las sepamos bien y faltemos muchas veces?. En esta misma carta concluye el padre pidiendo ahincadamente le socorra con sujetos a propósito para llevar tan grande carga: "Plu(g) uiese, dice, a la divina bondad, por la preciosa sangre de Jesucristo, nos aumentes los obreros inconfusibles de la Compañia en esta tierra triste, donde tan extrema necesidad hay de su fervorosa ayuda y en especial en este partido de Calbuco, que es excelente asiento y está en comedio para acudir a los españoles y en especial a los indios, tan faltos de quien se duele de sus pobres almas, enderezándolas al cielo". Confío en la divina providencia ha de socorrer el desamparo desta miserable gente, enviándol(e)s los obreros que les ayuden a conseguir su salvación.

pp. 416a
(...)
En la misión que los padres hicieron a los indios de Calbuco y sus islas, inmediatamente después de aquel espantoso temblor de que ya se ha dado noticia a vuestra paternidad, hallaron a estos indios muy temerosos, sin saber que habían de hacer y en había de parar tanto enojo como a su parecer mostraba Nuestro Señor, y preguntaba (n) a los padres, como a quien lo sabría, si había de salir el mar o abrirse la tierra para tragarlos. Fueles esta buena disposición de notable consuelo y fundaron en ella la (s) esperanzas de muy colmado fruto. Y así, tomando ocasión de lo que ellos decían, se les díó a entender que era castigo de Dios, que justamente estaba enojado por sus pecados y que si no los confesaban los castigaría sin duda con mayor rigor, echando sus almas al infierno. Fue Dios servido que por este medio se cogiese más fruto de esta misión que de muchas que se les han hechos de algunos años a esta parte; porque siendo así que su mayor pecado; y más frecuente, es el común de la torpe comunicación con las mujeres, muchos las dejaron, y los más, casándose con sus amigas, quedaron en buen estado. Todos prometieron de hacer iglesias, en cada isla de suya, y rogaron a los padres que les visitasen frecuentemente, porque sola su vista los consolaba; prometiéronlo así y, por estar ya los indios para salir a una maloca, los despidieron con su bendición.
(...)
Antes que saliesen de Calbuco tuvieron aviso los padres que un indio se moría en la isla más remota, y pedía confesión; fueron allá y halláronle con mala disposición, por tener mal trato con dos mujeres; mas, movido de Dios y de los consejos de los padres, las mandó a llamar y con un despego cristiano las ordenó que luego saliesen de su casa, y suplicó al padre lo ejecutasé; hízose así y con grandes ansias se confesó, y alentándole el padre para morir, paso a su misión dejando en su compañia un capitán español que no se hartaba de contar los fervoroso actos que hizo después que se partieron, pidiendo a Dios misericordia y su amparo a la Virgen Nuestra Señora, y así murió".

pp.426- 427

TOMADO DE: HISTORICA RELACION DEL REINO DE CHILE
por Alonso de Ovalle Roma MDCXVI Publicada por el Instituto de Literatura Chilena 1969




[1] Eduardo Tampe S.J. : La Compañía de Jesús 1993. pp.5
[2] Julio Olavarria Ávila: El primer Gobernador Vasco en Chiloé y los Jesuitas. EN: Cuadernos de Caicaén Nº 4 Calbuco 1995 pp. 39-52
[3] Pedro Lozano: Historia de la Provincia del Paraguay Libro V Capitulo IV Nº 5
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JOSE D. MANSILLA ALMONACID

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